jueves, 14 de octubre de 2010

El laberinto

Me repito varias veces al día “no es cierto que el dinero sea el motor que mueve el mundo” pero ver cómo suceden las cosas me quita la razón tozudamente. Tomemos cualquier ejemplo actual o típico, y veremos que el límite para su solución es la posesión de dinero.

Futbolistas, una profesión tan absurda como hipnotizante. Niños ricos, sin más valor que el de un fontanero, pero que por las masas que arrastran y sus repercusiones en las cuentas de resultados de clubes y empresarios –comunicación, merchandising, publicidad- justifican sus ingresos. Y lo que es peor, nos tienen embobados sobre si mean o no.

El ladrillo, millones de personas sin casa pero que, como los empresarios no ganan dinero, se paraliza su construcción.

La educación, imprescindible. ¿Quién hace los masters, las cátedras, la investigación? Los ricos. Está demostrado de sobra que la diferencia socioeconómica divide más que las capacidades de la persona.

El dinero es lo que determina las actividades que se realizan. El beneficio marca las nuevas empresas, los nuevos sectores. Da igual que algo sea social o humanamente necesario, si no reporta beneficio para “el inversor” no se pone en marcha. Y por tanto no hay empleos, se genera paro y lo que podríamos llamar represión o dominio económico.

Las empresas, y por desgracia los trabajadores, luchan para ser más competitivos, es decir para producir más por menos y llevarse el negocio de su sector. Así en todos los niveles: el barrendero nacional contra el extranjero, la fábrica de Villa-Arriba contra la de Villa-Abajo, el país del Este contra el del Sur… Da igual que sobren productos y falten servicios, es igual que contratemos ilegalmente o que expulsemos en bloque.


Aparentemente, la solución es fácil. Disponga el estado –o por mejor decir, la sociedad y sus representantes- de ese dinero, planifique las actividades para cubrir las necesidades humanas y sociales y todo se equilibrará mucho mejor. Saltan las alarmas, porque se vulneran las reglas del juego. El dinero es privado, regla número uno. El derecho a la propiedad es intocable, “sagrado” cabría decir. Lo que los antiguos definieron como el becerro de oro.

Es más, ¿alguien quiere hacerlo? Aparentemente, sólo algunos nostálgicos del comunismo, el resto estamos contentos, hasta que nos toca a nosotros la china. Sin embargo, algo no encaja, un simple paseo por la calle, leer en profundidad un periódico o ver un telediario sacando consecuencias nos provoca angustia, contradicción.

Ese es el estado real, una desazón, una angustia vital, el malestar de la civilización de que hablaba Freud. Los poderosos son conscientes de ello y lo manejan de muchas formas diferentes. Educación mecánica, eslóganes periodísticos, religiones para la sumisión, drogas físicas y psicosociales (fútbol, espectáculos), y sobre todo, maestros en el arte de perdernos en el bosque de la realidad: políticos e intelectuales, al servicio del poder.

La dinámica social por antonomasia es “reforma”. Cuando una esquina no aguanta la presión, se reforma. Cuando se huele la revolución, reforma. Cuando tiembla el caos bajo nuestros pies, reforma. Objetivo, liberar presión y continuar con el mismo sistema.

La pregunta es, si lo que queremos es una sociedad justa donde la persona pueda desarrollarse integralmente ¿puede alcanzarse con las reformas? Es decir, las bases ideológicas, sociológicas y metodológicas sobre las que está asentada la sociedad actual ¿son adecuadas y correctas para construir, por la vía de reformas y se tarde lo que se tarde, esa sociedad ideal?

No. Es necesario cambiar las premisas, las propias raíces de nuestra estructura social, para tener siquiera la esperanza de una civilización mejor. De lo contrario, sólo pondremos remiendos que nos harán fluctuar, oscilar entre cortos periodos de avance y retroceso, sin progresar realmente.

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