Banco de pruebas y opinión, sobre ideas que deben ser pulidas en pos de la evolución integral.
jueves, 30 de junio de 2011
La mirada del asesino (28-01-2010)
En buena lógica, la portada de ABC del sábado 28 de noviembre de 2009 debería haber supuesto un antes y un después en la historia del periodismo español. Sobre una foto de Diego P. V. se podía leer el siguiente texto: “La mirada del asesino de una niña de tres años. Tenerife llora la muerte de Aitana, que no superó las quemaduras y los golpes propinados por el novio de su madre”. Tras pasar dos días encarcelado (gracias a lo cual, como en la película de Fritz Lang, no fue linchado por la marabunta), fue puesto libertad; la niña no había sido maltratada, ni violada, ni asesinada, sino que murió como consecuencia de un coágulo que le produjo un golpe en la cabeza con un columpio, y las supuestas quemaduras no eran sino reacciones alérgicas sin conexión alguna con el suceso. Aunque no siempre es así, en este caso los delitos de Diego fueron sólo dos: primero, haber llevado a la niña, hija de su pareja, a las urgencias de un hospital de Tenerife tras perder el conocimiento a causa de dicho golpe; y segundo, haber nacido hombre en una sociedad donde los miembros de su sexo acusados de malos tratos carecen de garantías a priori, cuando nadie, ni médicos, ni policías, ni jueces, osan poner en duda la palabra de la acusación (lo cual redunda en perjuicio de la mayoría de casos reales – cuantas más denuncias falsas, más difícil es proteger a quienes de verdad lo necesitan).
¿Cómo es posible
que se filtrara el informe médico, provisional y obligatorio cuando un niño entra en urgencias con marcas visibles, tratándose de un documento absolutamente confidencial? Fallaron los diagnósticos médicos, fallaron las fuentes que informaron a los periodistas pero, sobre todo, fallaron los medios de comunicación. Y es que el sensacionalismo de la prensa de hoy en día no admite una espera de 48 horas, no puede esperar a que realicen la autopsia (¿qué habría pasado si la niña no hubiera muerto y no se le hubiera practicado la autopsia? Ahora Diego estaría pudriéndose en la cárcel, acusado de un crimen execrable –“haber abusado hasta la muerte de la hija de su novia”– y recordado por siempre como un psicópata maléfico y brutal), no entiende de presunción de inocencia (tipificada tanto en la Constitución Española como en la Declaración Universal de los Derechos Humanos – nadie puede ser acusado de un delito mientras no lo dictamine un tribunal y esa decisión sea inapelable), sino que necesita carnaza, está hambrienta de una portada con la turbia mirada del asesino, sedienta de la sangre de un inocente, condenado antes de ser juzgado, hundiéndole a él y destrozando a su familia, obligándole a cambiar de domicilio y a ser protegido por la Guardia Civil, como si no tuvieran ya suficiente.
Mientras que en una infinidad de casos los medios abusan de palabras como “supuesto” o “presunto” (“fulanito de tal, concejal de Villarriba de Abajo, presunto implicado en una trama de corrupción urbanística” o “menganita de cual, ejecutiva de tal banco, supuesta responsable del escándalo de la estafa de miles de millones”), en este caso sólo mereció tales adjetivos en la edición digital del mismo medio – el tiempo apremiaba y había que ir encendiendo la hoguera. ¿Dónde estaban entonces los partidos políticos que pusieron el grito en el cielo al ver las imágenes de algunos de los suyos esposados por (no tan) presuntas corruptelas?
Dos días después, Juan Manuel de Prada ayudaba a sus colegas y patrones a escurrir el bulto culpando a la “gangrena enquistada en el subconsciente social” (sic), la “masa cretinizada”, una “sociedad enferma”, la “propaganda oficial de los politicastros”, la “histeria mediática” y el “desquiciamiento colectivo”, intentando generalizar las culpas lo más posible para que no se pudiera señalar a nadie en concreto. Aunque no le faltaba razón cuando decía que “uno sólo es capaz de considerar aquello que su sucia mente es capaz de concebir”. Mientras tanto, en un foro de ABC sobre el tema, los administradores borraban cualquier comentario que no les gustara, al mismo tiempo que calificaban a Diego como “presunto” agresor, cuando ya no era “presunto” de nada, puesto que había sido puesto en libertad sin cargos.
Una vez hecho el daño, ¿qué recurso le queda a la víctima de esta caza de brujas? Capaz de reparar el daño, ninguno. En todo caso, procurarse un buen abogado y denunciar a cuanto periódico o programa de televisión o radio lo haya calumniado (quien esté libre de culpa que tire la primera piedra), pero eso no va a traer de vuelta a Aitana ni borrar de la mente y el alma de Diego el trauma del sufrimiento de esos días. Porque a día de hoy, cuando han pasado sólo dos meses, esto es ya agua pasada. Los medios de comunicación, tras culpar a los médicos unos y entonar un “mea culpa” con la boca pequeña otros (la rectificación, según dicta la ley, debería haber ocupado el mismo espacio y relevancia que la noticia a rectificar), presentando a Diego como “víctima de un error”, pero sin poner los medios para que no vuelva a suceder (días después volvieron a hacer el ridículo con el falso atentado terrorista de Leiza, Navarra, con gran cobertura para la noticia pero casi nula para el desmentido, como de costumbre), se deleitan mostrándonos imágenes lo más obscenas posible de la tragedia de Haití y, como temas más candentes, la operación de Belén Esteban, la eliminación de Karmele Marchante como participante de Eurovisión o el codazo de Cristiano Ronaldo (por cierto, otro juicio “paralelo” por parte de nuestro periodismo). Esperpéntico.
Perdón
por mi pesimismo, pero no creo que nunca se pueda reparar a Diego el daño infligido durante esos días. Y, lo que es peor, no creo que nuestros medios de comunicación ni nuestra sociedad vayan a escarmentar (ni a recibir escarmiento). El “tele morbo” siempre va a ser más poderoso y atractivo que la profesionalidad, la responsabilidad y la reflexión, que simplemente “no venden”. Todos pudimos ver esos días en primera plana “la mirada del asesino”, pero no se nos ha dejado ver los rostros de las aves carroñeras que promulgaron su linchamiento. En casos como este y en una sociedad como la nuestra, se es culpable hasta que se demuestre lo contrario, y eso con suerte, ya que normalmente las disculpas no merecen tanta publicidad como las acusaciones infundadas, y lo que queda en la mente del público es más lo primero que lo segundo. Para más INRI, si dentro de unos años algún medio de comunicación vuelve a sacar a la luz este tema, seguirá señalando a Diego como “presunto”.
Hace poco escuché a un tertuliano en la radio asegurar que en España no se conjuga el verbo “dimitir”. En mi opinión tiene razón, aunque sólo en parte: se conjuga muy a menudo en segunda y tercera persona (dimite tú, dimitid vosotros, dimita él, dimitan ellos, etc.) pero rara vez en primera. Mal asunto.
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