Muchos se habrán olvidado ya porque hace más de un año de los hechos, pero en una penitenciaría de los EE.UU. se encuentra recluido un hombre de 72 años de edad que ocupó durante mucho tiempo el máximo cargo de Nasdaq, el mercado de valores tecnológicos de Nueva York, período en el cual modernizó la Bolsa y consiguió que los intermediarios cambiaran el teléfono por el ordenador, con lo que las operaciones comenzaron a cerrarse en segundos en vez de en minutos y se podía ganar más dinero en menos tiempo.
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Su nombre es Bernard Madoff, presidente de la firma financiera Bernard L. Madoff Investment Securities, uno de los mayores corredores de bolsa norteamericanos, y se encuentra preso por haber protagonizado el segundo mayor escándalo financiero en EE.UU. después de Enron, por valor de 50.000 millones de dólares repartidos por todo el mundo.
El impacto de este “fraude” también fue multimillonario en España, donde varios fondos especulativos, pertenecientes a empresas del área de gestión de patrimonios como Santander Banif, BBVA y M&A Capital Advisers, habían expuesto hasta 3.000 millones de euros en vehículos diseñados por el “estafador” Madoff.
Es cuando menos curioso ver en esta lista a una entidad como el Banco de Santander, cuyo presidente no hacía mucho que había afirmado rotunda y orgullosamente que «si yo dejo mi dinero en el Santander es porque confío en que vaya a hacer el trabajo de supervisión en los fondos que yo no puedo hacer.»
Días antes del derrumbe, el propio magnate reconoció ante sus empleados que todo era una “estafa” y que estaba en la ruina. Antes de entregarse a la policía, quería adelantar a diciembre la paga de incentivos que la compañía pagaba a sus trabajadores en febrero, y de tal modo repartir entre empleados y familiares los 200 o 300 millones de dólares que le quedaban.
Aseguró al FBI haber creado una estructura piramidal según la cual la entrada de nuevo patrimonio servía para pagar a los inversores que ya estaban presentes en la sociedad. Ofrecían a los inversores rentabilidades muy superiores a la media, lo que conseguía atraer cada vez más capital. Su empresa ostentaba la marca de haber pagado beneficios superiores al 8% anual durante 72 meses consecutivos.
Se han dado tres razones para explicar el enorme “fraude” de Bernard Madoff: su habilidad y caisma, el exceso de confianza de sus millonarios clientes (algunos de ellos eran organizaciones de beneficencia que han tenido que cerrar) y el pésimo control de los reguladores, pese a que el financiero Harry Markopolos venía remitiendo cartas a la SEC (Securities and Exchange Commission o Comisión de Bolsa y Valores) desde 1999 en las que denunciaba que Madoff estaba actuando ilegalmente con un sistema Ponzi.
A esas tres, yo añadiría la avaricia: con el paso del tiempo, Madoff Investment Securities ni siquiera necesitaba publicidad, ya que clientes ávidos de más y más dinero aporreaban a la puerta.
Como el propio Bernard Madoff afirmó en un momento del juicio, «La gente no hacía más que darme dinero a espuertas. Y si les decía que no, se sentían menospreciados y se enfadaban conmigo. Eran personas muy ricas y codiciosas que siempre querían más y más.»
El presidente de la SEC, Christopher Cox, tuvo que reconocer que, durante casi una década, hubo denuncias «específicas y creíbles» contra la empresa de Madoff a las que no se prestó la debida atención, conformándose con estudiar los libros que el propio Madoff les facilitaba, llenos de datos falsos, sin solicitar una autorización judicial para inspeccionar todas sus cuentas.
Para aquellos que no lo sepan, un esquema Ponzi o timo en pirámide es un esquema de negocios basado en que los participantes captan más clientes con el objetivo de que éstos les produzcan beneficios, lo cual requiere que el número de participantes nuevos sea mayor que el de los existentes; cuando la población de posibles participantes se satura, los beneficios de los participantes originales disminuyen y muchos participantes terminan sin beneficio alguno o con pérdidas tras haber financiado las ganancias de los primeros. Los últimos que llegan están condenados a perder todos sus ahorros, y los que llegan primero y saben retirarse a tiempo ganan un dinero fácil.
Aunque sistemas similares a éste ya existieron anteriormente, el nombre de este plan procede del estafador italiano Carlo Ponzi y la famosa estafa que realizó en los años 20.
Puede haber pirámides abiertas (los participantes conocen la estructura del negocio, aunque muchos no son informados ni entienden el concepto de saturación, o bien creen estar lo suficientemente altos en la pirámide como para recibir beneficios antes de la saturación) o pirámides cerradas (Ponzi), en las que una persona o institución funciona como dueño de la pirámide, pero se presenta como un mediador de inversiones.
Así, recibe aportaciones de los participantes, las cuales promete invertir y, al cabo de un tiempo, devuelve la inversión inicial con muy altos intereses; sin embargo, no existen tales inversiones, sino que se utilizan las aportaciones de los participantes tardíos para devolver las de los primeros con intereses.
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