No es fácil que esto lo diga alguien que ha parado el día 8 porque le han quitado un 5 % del salario. Menos se entiende de quien ha llamado a secundar la huelga a sus compañeros, desde un sindicato que no es UGT-CCOO-CSIF. Tampoco milito en el PSOE, aunque últimamente eso no sea garantía de nada, pues no se sabe muy bien si el partido apoya al gobierno o no. Que se lo pregunten a Felipe González.
Lo más sencillo hoy día es criticar a Zapatero. Porque no ha hecho tal cosa, porque la tenía que hacer antes, o después, con consenso, sin consenso… Quienes le acusan de contradicciones e inconsistencias no sé si resistirían la prueba del algodón. En cualquier caso, tomemos un poco de perspectiva.
La crisis está haciéndose sentir desde hace 2-3 años a nivel mundial. Han caído grandes bancos, se ha ralentizado la economía hasta vivir periodos de recesión técnica, y sobre todo la retirada de capitales ha hecho necesario el endeudamiento de los estados occidentales para sanar el sistema financiero, y mantener los niveles básicos de actividad económica y prestaciones sociales (p.e. el subsidio de desempleo).
En la primavera de 2009 parecía acercarse un cambio de sistema, que el capitalismo iba a sufrir una reforma profunda, a volverse casi humano.
En 2010, cuando se iniciaba la recuperación, los que han prestado el dinero a los estados han decidido que no sólo no quieren reformar el sistema, que les controlen o que regulen su actividad (aunque poco se había avanzado en ese sentido por los gobiernos del G-20) sino que pretenden aprovechar la situación y salir vencedores de la crisis.
¿Qué es para ellos vencer? Reducir las prestaciones sociales, abaratar el despido, recortar los derechos de los trabajadores y clases sociales. Retroceder setenta años, aproximadamente, hasta antes de la II Guerra Mundial.
Para ello han utilizado su mayor arma, letal si se aceptan las reglas del capitalismo: manda el dinero, quien lo tiene y lo controla, y las decisiones se toman en función del máximo beneficio. Desde marzo, las tormentas financieras, perfectamente organizadas, han atacado a los estados sociales europeos, reduciendo los créditos y subiendo el precio del dinero. Eso ha provocado una reacción de todos los gobiernos, concretada en medidas para reducir los gastos públicos.
Los gobiernos son, en gran parte, un reflejo del equilibrio de poderes sociales. Y el equilibrio se rompió en Abril y principios de Mayo, con los ataques a Grecia, España y Portugal. No por casualidad los estados del Sur socialdemócrata, puestos en tela de juicio por el Norte conservador tras la careta aparentemente neutral de Bruselas. ¿Cómo podría ser de otra forma?
La necesaria contestación de los empleados de la función pública española –que no ha sido un fracaso, como opinan algunos, pues ha tenido que hacerse de forma acelerada por las circunstancias- no debe ser contra Zapatero, aunque en él se dibujen los ataques. Han sido y tendrán que seguir siendo para reequilibrar la balanza e incluso para inclinarla del lado del pueblo. Porque esta batalla va a ser muy larga, contada en años y quizás en lustros.
La única forma de contrarrestar políticamente a “los mercados” sería nacionalizando, particularmente los bancos y los sectores estratégicos, de modo que se asegurase financiación y actividad. Como esto es harto improbable, los trabajadores/as vamos a tener que multiplicarnos, para reducir el impacto y para poner las bases de un verdadero cambio social.
Un cambio que desde luego pasa por la eliminación del capitalismo, pero que nunca se va consolidar si las personas no cambiamos en paralelo. Si sólo cambiamos el sistema nos encontraremos en una nueva revolución de ida y vuelta, embriagadora y fugaz.
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